LA BÚSQUEDA DEL MECHÓN DE VELLO PÚBICO"[EROTICO]
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LA BÚSQUEDA DEL MECHÓN DE VELLO PÚBICO"[EROTICO]
LA BÚSQUEDA DEL MECHÓN DE VELLO PÚBICO ( Papiro 677193)
Al caer la tarde, cuando los rayos de luz doraban los remansos del Nilo y
el aire aún conservaba todo el calor del día, A-RA-AMÓN, bajó al río a
bañarse. No lo hizo una sola vez, sino que se sumergió en el agua tres
veces. La primera vez, su exclavo le frotó el cuerpo para eliminar el
sudor y el polvo. La segunda vez, su eclava peinó su pelo y lo ungió con
aceite de níspero. Y la tercera vez, se bañó solo, para calmar su
espíritu.
El príncipe nadó tranquilamente, siguiendo la orilla del río,
sumergiéndose de vez en cuando mientras oía el canto de las aves que
anidaban en los cañaverales de la ribera.De vez en cuando oía voces de
hombres, mujeres y niños, que habían bajado al río a bañarse como él. Un
gran sentimiento de tranquilidad embargó su espíritu. Un tiempo
después, cuando las sombras emepezaron a invadir el río, dio media
vuelta y se dirigió nadando hacia el dique que estaba frente al palacio,
desde el cual se había zambullido en el agua. Cuando estaba dando
vuelta, observó una hoja oscura que flotaba sobre las aguas delante de
él. El príncipe alargo la mano y cogió lo que creía era una hoja...,
pero no era una hoja. En la mano del príncipe había un mechón de
cabello. Un mechón de cabello negro como la noche, un rizado mechón de
vello púbico. Las mujeres que habían llegado a la edad de casarse tenían
la costumbre de esconderse entre los cañaverales de la ribera para
rasurarse el vello púbico.
No obstante, ésa era la primera vez que veía un mechón de pelo en las
aguas del río. Cuando lo tuvo en su mano, pensó que nunca había visto
algo tan bello. Y si el mechón era así de bello, ¿ cómo serían los
genitales ocultos debajo de él? Y si los genitales expuestos eran tan
bellos, ¿ cuán bella sería la mujer que los ocultaba bajo su vestido?
Con el mechón en la palma de su mano, el príncipe miró hacia la orilla
pero no vio a nadie entre los juncos. "¡ Debo encontrarla, sea quien
sea!", se dijo. Y se dirigió hacia el palacio nadando con todas las
fuerzas en la corriente del río, con el mechón de pelo encerrado en su
puño.
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Al llegar al palacio, el príncipe entregó el mechón a su exclava, quien
siguiendo sus instrucciones, después de secarlo y pefumarlo, lo guardó
sobre un trozo de lino en una pequeña cajita de oro que el faraón, le
había regalado al príncipe. Luego, puso la cajita en la mesilla de la
cama del príncipe. El príncipe pasó toda la noche dando vueltas en su
cama, agitado por inquietantes sueños. Hasta entonces había tenido tres
esposas e innumerables concubinas, pero en aquel momento ninguna mujer
llenaba su corazón, sólo una imágen sin cuerpo ni rostro, una imágen que
en un pequeño mechón de vello púbico había conjurado entre las aguas
del río...
Al alba, el príncipe llamó a sus oficiales y dictó un decreto: durante
los cuarenta días siguientes, ninguna mujer ( jóven o vieja, casada o
soltera, exclava o libre) podía abandonar su aldea en todo su distrito,
ni podía desprenderse de su vello púbico. Inmediatamente se enviaron
jinetes a todas las ciudades y aldeas gobernadas por el príncipe A- RA -
AMON para hacer público el decreto. Pasaron 40 días con sus noches , y
cada noche el príncipe contemplaba el negro mechón ungido con aceite que
reposaba sobre un trozo de lino blanco dentro de la cajita de oro. Y
cada noche la pasó atormentado. Durante cuarenta días no fue a cazar y
durante cuarenta mañanas despertó con el corazón embargado por la
tristeza...
Pasados los 40 días, el príncipe ordenó que todas las mujeres de su
distrito acudieran al palacio. Sentado en su trono real con la cajita de
oro a su lado, contempló cómo las mujeres desfilaban ante él,
mostrándole una tras otras sus genitales. Algunas mujeres tenían un
vello púbico espeso; otras, una fina pelusa. Una parte de ellas tenía
los genitales abiertos como las puertas de una ciudad; otra parte,
cerrados como el bolsillo de un avaro. Había vellos púbicos erizados
como las púas de un erizo, genitales redondeados como un montículo y
genitales perfumados y fragantes. Cada mujer que desfiló ante el
príncipe recibió 3 monedas de plata, porque el príncipe no quería
avergonzarlas sin resacirlas económicamente. Y aunque no había yacido
con mujer alguna durante cuarenta días y sus noches, ninguna de ellas
encendió el deseo en su corazón.
Ninguna mujer tenía un vello púbico que se pareciera al mechón que el
príncipe guardaba en su cajita de oro. " ¿ No hay ninguna otra mujer en
mi distrito?", preguntó A-RA-AMÓN cuando hubo desfilado la última. Asi
es, mi señor, excepto una que se niega a mostrar su vello púbico... "¡
Traédmela!", grito el príncipe mientras tomaba un vaso de vino. Dos
criados llevaron a presencia del gobernante a una jóven doncella que
vestía una larga túnica blanca y mantenía la cabeza baja. "¿ Quién
eres?", preguntó con impaciencia. " Me llamo SARIQ y soy la única hija
de una viuda", respondió levantando su mirada. Y cuando el príncipe
contempló sus ojos, marrones como la buena tierra, su enojo desvaneció.
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"¿ Porqué no te presentaste con las demás mujeres?", preguntó
afablemente el príncipe. La jóven replicó sin titubear; " Nos dijeron
que teníamos que descubrir los genitales ante nuestro gobernante, mas yo
había hecho voto de mostrarme únicamente a mi marido, si alguna vez
tengo uno". El príncipe se quedó pensativo al oír las palabras de la
jóven y comprendió que, entre todas las mujeres de su distrito, ella era
la única que no había vendido su honor por dinero y que no se había
sometido a sus designos. No obstante, él era el gobernador, el
descendiente de los faraones, y cualquiera que incumpliera sus órdenes
se arriesgaba a ser ejecutado. " Acompaña a mi exclava, hija de la
viuda", dijo finalmente, " y córtate un mechón de tu vello púbico. Así
cumplirás con lo que he ordenado sin tener que avergonzarte". Dicho y
hecho, la exlava llevó a la doncella hasta la piscina que había en el
interior del palacio, y allí la jóven se cortó un mechón de vello púbico
y lo depositó en una bandeja para que se lo mostraran al príncipe.
Cuando éste colocó el mechónde la jóven al lado el que estaba en la cajita, no pudo ver diferencia alguna entre ambos.
"¡ Es ella!", gritó, "¡ traédmela!". Y así, Sariq se encontró de nuevo ante el príncipe, quien ordenó que fueran a buscar a la madre de la jóven para que pudiera pedirle a Sariq en matrimonio.
Esa misma noche se celebró el casamiento, pero antes de retirarse a la
cámara nupcial con su esposa, el príncipe puso los dos mechones de pelo
en un pebetero de incienso y los quemó. Cuando Sariq se desnudó ante él,
el príncipe sintió cómo el deseo se apoderaba de él y consideró que el
perfumado vello púbico de su nueva esposa era el más hermoso que había
contemplado jamás; ante aquella visión, cualquier hombre se hubiera
sentido tan dotado como un león. Como el príncipe poseía un falo
insaciable, el sexo de sariq fue una eterna fuente de agua reparadora
para él.
El príncipe y su esposa vivieron veinte años juntos y engendraron a dos
hijos y dos hijas. Cuando tenía 57 años, el príncipe se aventuró a
adentrarse en el desierto con sus guerreros en persecución de una banda
de salteadores de caminos y murió envenenado por la mordedura de un
áspid. Cuando los sacerdotes estaban embalsamando su cuerpo para
enterrarlo, encontraron una bolsita colgada de su cuello. en su interior
había un mechón perfumado e vello púbico, un mechón perteneciente a la
mujer a quien amó más que a ninguna otra
Al caer la tarde, cuando los rayos de luz doraban los remansos del Nilo y
el aire aún conservaba todo el calor del día, A-RA-AMÓN, bajó al río a
bañarse. No lo hizo una sola vez, sino que se sumergió en el agua tres
veces. La primera vez, su exclavo le frotó el cuerpo para eliminar el
sudor y el polvo. La segunda vez, su eclava peinó su pelo y lo ungió con
aceite de níspero. Y la tercera vez, se bañó solo, para calmar su
espíritu.
El príncipe nadó tranquilamente, siguiendo la orilla del río,
sumergiéndose de vez en cuando mientras oía el canto de las aves que
anidaban en los cañaverales de la ribera.De vez en cuando oía voces de
hombres, mujeres y niños, que habían bajado al río a bañarse como él. Un
gran sentimiento de tranquilidad embargó su espíritu. Un tiempo
después, cuando las sombras emepezaron a invadir el río, dio media
vuelta y se dirigió nadando hacia el dique que estaba frente al palacio,
desde el cual se había zambullido en el agua. Cuando estaba dando
vuelta, observó una hoja oscura que flotaba sobre las aguas delante de
él. El príncipe alargo la mano y cogió lo que creía era una hoja...,
pero no era una hoja. En la mano del príncipe había un mechón de
cabello. Un mechón de cabello negro como la noche, un rizado mechón de
vello púbico. Las mujeres que habían llegado a la edad de casarse tenían
la costumbre de esconderse entre los cañaverales de la ribera para
rasurarse el vello púbico.
No obstante, ésa era la primera vez que veía un mechón de pelo en las
aguas del río. Cuando lo tuvo en su mano, pensó que nunca había visto
algo tan bello. Y si el mechón era así de bello, ¿ cómo serían los
genitales ocultos debajo de él? Y si los genitales expuestos eran tan
bellos, ¿ cuán bella sería la mujer que los ocultaba bajo su vestido?
Con el mechón en la palma de su mano, el príncipe miró hacia la orilla
pero no vio a nadie entre los juncos. "¡ Debo encontrarla, sea quien
sea!", se dijo. Y se dirigió hacia el palacio nadando con todas las
fuerzas en la corriente del río, con el mechón de pelo encerrado en su
puño.
[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
Al llegar al palacio, el príncipe entregó el mechón a su exclava, quien
siguiendo sus instrucciones, después de secarlo y pefumarlo, lo guardó
sobre un trozo de lino en una pequeña cajita de oro que el faraón, le
había regalado al príncipe. Luego, puso la cajita en la mesilla de la
cama del príncipe. El príncipe pasó toda la noche dando vueltas en su
cama, agitado por inquietantes sueños. Hasta entonces había tenido tres
esposas e innumerables concubinas, pero en aquel momento ninguna mujer
llenaba su corazón, sólo una imágen sin cuerpo ni rostro, una imágen que
en un pequeño mechón de vello púbico había conjurado entre las aguas
del río...
Al alba, el príncipe llamó a sus oficiales y dictó un decreto: durante
los cuarenta días siguientes, ninguna mujer ( jóven o vieja, casada o
soltera, exclava o libre) podía abandonar su aldea en todo su distrito,
ni podía desprenderse de su vello púbico. Inmediatamente se enviaron
jinetes a todas las ciudades y aldeas gobernadas por el príncipe A- RA -
AMON para hacer público el decreto. Pasaron 40 días con sus noches , y
cada noche el príncipe contemplaba el negro mechón ungido con aceite que
reposaba sobre un trozo de lino blanco dentro de la cajita de oro. Y
cada noche la pasó atormentado. Durante cuarenta días no fue a cazar y
durante cuarenta mañanas despertó con el corazón embargado por la
tristeza...
Pasados los 40 días, el príncipe ordenó que todas las mujeres de su
distrito acudieran al palacio. Sentado en su trono real con la cajita de
oro a su lado, contempló cómo las mujeres desfilaban ante él,
mostrándole una tras otras sus genitales. Algunas mujeres tenían un
vello púbico espeso; otras, una fina pelusa. Una parte de ellas tenía
los genitales abiertos como las puertas de una ciudad; otra parte,
cerrados como el bolsillo de un avaro. Había vellos púbicos erizados
como las púas de un erizo, genitales redondeados como un montículo y
genitales perfumados y fragantes. Cada mujer que desfiló ante el
príncipe recibió 3 monedas de plata, porque el príncipe no quería
avergonzarlas sin resacirlas económicamente. Y aunque no había yacido
con mujer alguna durante cuarenta días y sus noches, ninguna de ellas
encendió el deseo en su corazón.
Ninguna mujer tenía un vello púbico que se pareciera al mechón que el
príncipe guardaba en su cajita de oro. " ¿ No hay ninguna otra mujer en
mi distrito?", preguntó A-RA-AMÓN cuando hubo desfilado la última. Asi
es, mi señor, excepto una que se niega a mostrar su vello púbico... "¡
Traédmela!", grito el príncipe mientras tomaba un vaso de vino. Dos
criados llevaron a presencia del gobernante a una jóven doncella que
vestía una larga túnica blanca y mantenía la cabeza baja. "¿ Quién
eres?", preguntó con impaciencia. " Me llamo SARIQ y soy la única hija
de una viuda", respondió levantando su mirada. Y cuando el príncipe
contempló sus ojos, marrones como la buena tierra, su enojo desvaneció.
[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
"¿ Porqué no te presentaste con las demás mujeres?", preguntó
afablemente el príncipe. La jóven replicó sin titubear; " Nos dijeron
que teníamos que descubrir los genitales ante nuestro gobernante, mas yo
había hecho voto de mostrarme únicamente a mi marido, si alguna vez
tengo uno". El príncipe se quedó pensativo al oír las palabras de la
jóven y comprendió que, entre todas las mujeres de su distrito, ella era
la única que no había vendido su honor por dinero y que no se había
sometido a sus designos. No obstante, él era el gobernador, el
descendiente de los faraones, y cualquiera que incumpliera sus órdenes
se arriesgaba a ser ejecutado. " Acompaña a mi exclava, hija de la
viuda", dijo finalmente, " y córtate un mechón de tu vello púbico. Así
cumplirás con lo que he ordenado sin tener que avergonzarte". Dicho y
hecho, la exlava llevó a la doncella hasta la piscina que había en el
interior del palacio, y allí la jóven se cortó un mechón de vello púbico
y lo depositó en una bandeja para que se lo mostraran al príncipe.
Cuando éste colocó el mechónde la jóven al lado el que estaba en la cajita, no pudo ver diferencia alguna entre ambos.
"¡ Es ella!", gritó, "¡ traédmela!". Y así, Sariq se encontró de nuevo ante el príncipe, quien ordenó que fueran a buscar a la madre de la jóven para que pudiera pedirle a Sariq en matrimonio.
Esa misma noche se celebró el casamiento, pero antes de retirarse a la
cámara nupcial con su esposa, el príncipe puso los dos mechones de pelo
en un pebetero de incienso y los quemó. Cuando Sariq se desnudó ante él,
el príncipe sintió cómo el deseo se apoderaba de él y consideró que el
perfumado vello púbico de su nueva esposa era el más hermoso que había
contemplado jamás; ante aquella visión, cualquier hombre se hubiera
sentido tan dotado como un león. Como el príncipe poseía un falo
insaciable, el sexo de sariq fue una eterna fuente de agua reparadora
para él.
El príncipe y su esposa vivieron veinte años juntos y engendraron a dos
hijos y dos hijas. Cuando tenía 57 años, el príncipe se aventuró a
adentrarse en el desierto con sus guerreros en persecución de una banda
de salteadores de caminos y murió envenenado por la mordedura de un
áspid. Cuando los sacerdotes estaban embalsamando su cuerpo para
enterrarlo, encontraron una bolsita colgada de su cuello. en su interior
había un mechón perfumado e vello púbico, un mechón perteneciente a la
mujer a quien amó más que a ninguna otra
Re: LA BÚSQUEDA DEL MECHÓN DE VELLO PÚBICO"[EROTICO]
que original y bella historia de amor,llena de sutil sensualidad y de refinado erotismo, transmite muchas sensaciones,despues ya la imaginacion es libre ,me ha gustado mucho :flor:
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