Historia de una maldicion
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Historia de una maldicion
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La maldición de Tutankamón
La ciencia se debate entre el mito y la
realidad cuando trata de explicar uno de los mayores hallazgos
históricos del siglo XX. La apertura de la fastuosa cámara mortuoria del
faraón niño, cuya reproducción se puede visitar hasta el 17 de octubre
en Madrid, ha dejado una estela de muertes accidentales que han
alimentado aún más su leyenda.
Una muerte en extrañas circunstancias y una desafortunada
cadena de coincidencias son el origen de la más inquietante de las
leyendas sobre Egipto que se conocen. Imagínese. El Cairo, 4 de
noviembre de 1922. Un explorador llamado Howard Carter revisa sus notas
mientras asume el poco tiempo que le queda para obtener el único éxito
que justificaría cinco caros años de excavaciones en el Valle de los
Reyes.
Fue entonces cuando los gritos de uno de sus ayudantes le sacaron del
letargo. A pocos metros de su estudio improvisado en mitad del desierto
apareció un escalón antes sepultado bajo la arena. Éste fue el primer
peldaño hacia lo que sería uno de los mayores descubrimientos
arqueológicos de la historia del siglo XX: la tumba del faraón niño
Tutankamón.
«Encontraron en un lugar que se creía totalmente rastreado una tumba
real prácticamente intacta y una cámara funeraria tal y como la habían
dejado los sirvientes del faraón 3.300 años antes. Fue un hallazgo
maravilloso que nadie se podía imaginar», relata el presidente de la
Asociación Española de Egiptología, Rafael Agustí. Se trataba de un
tesoro compuesto por más de 5.000 piezas, entre extravagantes camas con
forma de animal, diademas adornadas con los símbolos reales, pequeños
tronos para un semidiós de tan sólo ocho años o carros ceremoniales con
relieves que narraban las hazañas de su dueño. Y sobre todos estos
objetos preciosos, un sarcófago hecho con 140 kilos de oro macizo y una
máscara funeraria considerada después como una de las obras de arte más
bellas de todos los tiempos.
La noticia corre como la pólvora. «Realizado al fin maravilloso
descubrimiento en el Valle. Magnífica tumba con los sellos intactos.
Esperamos su llegada. Enhorabuena». Éste es el telegrama que envía el
descubridor a su mecenas George Edward Herbert, quinto conde de
Carnarvon, que viaja poco después a Egipto para ver con sus propios ojos
el hallazgo.
Sin embargo, un acontecimiento fortuito oscurece el ánimo de algunos de
los obreros que trabajaban en la excavación. Días antes de romper el
sello de la entrada a las cámaras mortuorias, el canario que hacía
compañía al solitario Howard Carter es devorado por una cobra, el animal
que simboliza el poder ultraterreno del faraón «Tut». Una vez que Lord
Carnarvon llega a El Cairo, este mal presagio no impide que se abra la
tumba. El acontecimiento es anunciado para todo el mundo por el
periódico británico «Times», al que el aristócrata había vendido la
exclusiva de la noticia para reponer sus arcas, maltrechas tras largas
campañas de excavaciones sin recompensa. «Realmente no hay nada de
cierto en lo que se popularizó como la maldición de Tutankamón», según
cuenta la arqueóloga Esther Pons, comisaria de la exposición
«Tutankamón. La tumba y sus tesoros», que se puede visitar hasta el 17
de octubre en Madrid.
No obstante, esta experta reconoce que, tras la apertura de la tumba,
acaecieron hechos «que no tienen una explicación clara». A Lord
Carnarvon le picó un mosquito le provocó erisipela, una herida que se
infectó al cortarse con una navaja de afeitar y que derivó en una grave
infección sanguínea. Una extraña neumonía complicó la situación y
aceleró el proceso que acabaría con su vida el 5 de abril de 1923,
apenas cinco meses después de haberse interrumpido el descanso del
faraón.
HONGOS PELIGROSOS
El responsable de una enfermedad respiratoria de este calibre podría ser
un pequeño hongo denominado «aspergillus nigger», asiduo huésped de
lugares cerrados y con humedad, como las tumbas de los faraones. Según
explica el doctor Manuel Cuenca, experto micólogo de la Sociedad
Española de Enfermedades Infecciosas y Microbiología (SEIMC): «Hay
cientos de especies que pueden vivir en ambientes con determinadas
condiciones de humedad, luz y temperatura y proliferar en ellos».
Los «aspergillus son los candidatos perfectos para provocar infecciones
oportunistas que, en personas inmunodeprimidas, pueden causar sinusitis,
otitis e, incluso, neumonía», explica Cuenca. En casos como el de
Carnarvon, con un frágil estado de salud tras varios accidentes
automovilísticos en Inglaterra, estos hongos podrían haber sido el
desencadenante de su muerte, el acontecimiento que dio el pistoletazo de
salida a la vorágine en la que periódicos de todo el mundo abrían casi a
diario sus ediciones hablando sobre la maldición de Tutankamón.
MUERTES ¿INEXPLICABLES?
Personajes como el afamado escritor Sir Arthur Conan Doyle, creador de
la saga de Sherlock Holmes, fue uno de los primeros en declararse
creyente de la maldición y en dar popularidad al mito. En los salones
de té y clubes de caballeros no se hablaba de otra cosa. Algunos decían
que las luces de El Cairo se apagaron misteriosamente minutos después de
la muerte de Lord Carnarvon, como una muestra de la ira divina. Otros
comentaban que, en ese mismo instante, la perra del aristócrata cayó
fulminada sin motivo aparente en el castillo inglés de Highclere. Meses
después, las muertes de varios ayudantes de Carter siguieron alimentando
el miedo entre las mentes más impresionables.
«También murieron varios obreros mientras se estaba excavando», recuerda
Esther Pons. Los apuntes de Carter sobre el descubrimiento describían
la presencia de materiales orgánicos y moho en las paredes. Según
explica la arqueóloga, «un habitáculo de este tipo nunca está totalmente
cerrado. De hecho, muchas veces entran murciélagos y hacen sus
necesidades allí. El polvo que se origina sobre ellas sí que puede dañar
los pulmones; esto podría ser lo que acabó con los trabajadores y no
una maldición».
A lo que se refiere Pons es al hongo «histoplasma». El doctor Cuenca
precisa que este microorganismo, poco frecuente en regiones áridas como
Egipto, «puede generar infecciones en personas sanas. Digamos que de
cada cien personas que inhalan el “histoplasma”, un cinco por ciento
desarrolla una infección grave que puede poner en peligro su vida; el
otro 95 por ciento presenta una infección muy leve, parecida a un
catarro, aunque puede presentar complicaciones crónicas en el futuro».
Además de estos microscópicos asesinos a sueldo del faraón, los
historiadores también hablan de una misteriosa tablilla a las puertas de
la tumba en la que Tutankamón avisaba a los profanadores de las
consecuencias de su sacrilegio. «Hay una tablilla de arcilla de la que
todo el mundo habla y que aparece mencionada por varios autores»,
reconoce el presidente de los egiptólogos españoles. Sin embargo, dice
que nadie la ha visto, nunca estuvo catalogada y que no existe ningún
documento gráfico que dé fe de su existencia. «La muerte golpeará con
sus alas a aquel que perturbe el descanso del faraón», rezaba la
supuesta tablilla. «Los egipcios –explica Agustí– conocían el arte de
maldecir, la magia simpática. Incluso se sabe que las personajes
influyentes de la época escribían el nombre de sus enemigos en una tabla
de arcilla o sobre fragmentos de piedra caliza para después romperlas y
condenar a la mala suerte a sus adversarios. Pero no empleaban estos
métodos para asegurar las tumbas porque sabían que no servía para nada;
el pueblo pasaba hambre y en cualquier caso los ladrones, a la hora de
decidir si entrar o no en una tumba, temían más a los castigos físicos
de los vigilantes que a una posible maldición procedente del más allá».
Mito o realidad, lo cierto es que la maldición de Tutankamón parece ser
el resultado de varias coincidencias, algunas medias verdades y muchas
grandes mentiras. El eco de la leyenda llega intacto a nuestros días. De
eso se han encargado películas como «La Momia» o «La maldición del Rey
Tut» , en cuyo rodaje se sucedieron acontecimientos inexplicables que
fueron relacionados con el misterio.
También han seguido echando leña al fuego otros sucesos oscuros, como la
muerte accidental de uno de los directores egipcios de antigüedades que
autorizó la salida de los tesoros de «Tut» a una exposición en París o
los seis infartos que sufrió uno de los ingenieros del vuelo que sacó
los efectos reales de El Cairo y osó burlarse de las habladurías sobre
el joven mandatario.
Así fue como el último faraón de la décimosexta dinastía, nacido bajo la
sombra de predecesores de la talla de Ramsés II o de su propio padre,
Akenatón, se convirtió en el rey de Egipto más famoso y temido de todos
los tiempos. La maldición ha supuesto para él una protección envidiable,
que para sí hubieran querido los grandes gobernantes del país del Nilo.
Ni victorias, ni pirámides colosales o decisiones revolucionarias
lograron para sus artífices lo que un mosquito, el azar y una guerra de
titulares consiguieron para Tutankamón: la vida eterna.
La maldición de Tutankamón
La ciencia se debate entre el mito y la
realidad cuando trata de explicar uno de los mayores hallazgos
históricos del siglo XX. La apertura de la fastuosa cámara mortuoria del
faraón niño, cuya reproducción se puede visitar hasta el 17 de octubre
en Madrid, ha dejado una estela de muertes accidentales que han
alimentado aún más su leyenda.
Una muerte en extrañas circunstancias y una desafortunada
cadena de coincidencias son el origen de la más inquietante de las
leyendas sobre Egipto que se conocen. Imagínese. El Cairo, 4 de
noviembre de 1922. Un explorador llamado Howard Carter revisa sus notas
mientras asume el poco tiempo que le queda para obtener el único éxito
que justificaría cinco caros años de excavaciones en el Valle de los
Reyes.
Fue entonces cuando los gritos de uno de sus ayudantes le sacaron del
letargo. A pocos metros de su estudio improvisado en mitad del desierto
apareció un escalón antes sepultado bajo la arena. Éste fue el primer
peldaño hacia lo que sería uno de los mayores descubrimientos
arqueológicos de la historia del siglo XX: la tumba del faraón niño
Tutankamón.
«Encontraron en un lugar que se creía totalmente rastreado una tumba
real prácticamente intacta y una cámara funeraria tal y como la habían
dejado los sirvientes del faraón 3.300 años antes. Fue un hallazgo
maravilloso que nadie se podía imaginar», relata el presidente de la
Asociación Española de Egiptología, Rafael Agustí. Se trataba de un
tesoro compuesto por más de 5.000 piezas, entre extravagantes camas con
forma de animal, diademas adornadas con los símbolos reales, pequeños
tronos para un semidiós de tan sólo ocho años o carros ceremoniales con
relieves que narraban las hazañas de su dueño. Y sobre todos estos
objetos preciosos, un sarcófago hecho con 140 kilos de oro macizo y una
máscara funeraria considerada después como una de las obras de arte más
bellas de todos los tiempos.
La noticia corre como la pólvora. «Realizado al fin maravilloso
descubrimiento en el Valle. Magnífica tumba con los sellos intactos.
Esperamos su llegada. Enhorabuena». Éste es el telegrama que envía el
descubridor a su mecenas George Edward Herbert, quinto conde de
Carnarvon, que viaja poco después a Egipto para ver con sus propios ojos
el hallazgo.
Sin embargo, un acontecimiento fortuito oscurece el ánimo de algunos de
los obreros que trabajaban en la excavación. Días antes de romper el
sello de la entrada a las cámaras mortuorias, el canario que hacía
compañía al solitario Howard Carter es devorado por una cobra, el animal
que simboliza el poder ultraterreno del faraón «Tut». Una vez que Lord
Carnarvon llega a El Cairo, este mal presagio no impide que se abra la
tumba. El acontecimiento es anunciado para todo el mundo por el
periódico británico «Times», al que el aristócrata había vendido la
exclusiva de la noticia para reponer sus arcas, maltrechas tras largas
campañas de excavaciones sin recompensa. «Realmente no hay nada de
cierto en lo que se popularizó como la maldición de Tutankamón», según
cuenta la arqueóloga Esther Pons, comisaria de la exposición
«Tutankamón. La tumba y sus tesoros», que se puede visitar hasta el 17
de octubre en Madrid.
No obstante, esta experta reconoce que, tras la apertura de la tumba,
acaecieron hechos «que no tienen una explicación clara». A Lord
Carnarvon le picó un mosquito le provocó erisipela, una herida que se
infectó al cortarse con una navaja de afeitar y que derivó en una grave
infección sanguínea. Una extraña neumonía complicó la situación y
aceleró el proceso que acabaría con su vida el 5 de abril de 1923,
apenas cinco meses después de haberse interrumpido el descanso del
faraón.
HONGOS PELIGROSOS
El responsable de una enfermedad respiratoria de este calibre podría ser
un pequeño hongo denominado «aspergillus nigger», asiduo huésped de
lugares cerrados y con humedad, como las tumbas de los faraones. Según
explica el doctor Manuel Cuenca, experto micólogo de la Sociedad
Española de Enfermedades Infecciosas y Microbiología (SEIMC): «Hay
cientos de especies que pueden vivir en ambientes con determinadas
condiciones de humedad, luz y temperatura y proliferar en ellos».
Los «aspergillus son los candidatos perfectos para provocar infecciones
oportunistas que, en personas inmunodeprimidas, pueden causar sinusitis,
otitis e, incluso, neumonía», explica Cuenca. En casos como el de
Carnarvon, con un frágil estado de salud tras varios accidentes
automovilísticos en Inglaterra, estos hongos podrían haber sido el
desencadenante de su muerte, el acontecimiento que dio el pistoletazo de
salida a la vorágine en la que periódicos de todo el mundo abrían casi a
diario sus ediciones hablando sobre la maldición de Tutankamón.
MUERTES ¿INEXPLICABLES?
Personajes como el afamado escritor Sir Arthur Conan Doyle, creador de
la saga de Sherlock Holmes, fue uno de los primeros en declararse
creyente de la maldición y en dar popularidad al mito. En los salones
de té y clubes de caballeros no se hablaba de otra cosa. Algunos decían
que las luces de El Cairo se apagaron misteriosamente minutos después de
la muerte de Lord Carnarvon, como una muestra de la ira divina. Otros
comentaban que, en ese mismo instante, la perra del aristócrata cayó
fulminada sin motivo aparente en el castillo inglés de Highclere. Meses
después, las muertes de varios ayudantes de Carter siguieron alimentando
el miedo entre las mentes más impresionables.
«También murieron varios obreros mientras se estaba excavando», recuerda
Esther Pons. Los apuntes de Carter sobre el descubrimiento describían
la presencia de materiales orgánicos y moho en las paredes. Según
explica la arqueóloga, «un habitáculo de este tipo nunca está totalmente
cerrado. De hecho, muchas veces entran murciélagos y hacen sus
necesidades allí. El polvo que se origina sobre ellas sí que puede dañar
los pulmones; esto podría ser lo que acabó con los trabajadores y no
una maldición».
A lo que se refiere Pons es al hongo «histoplasma». El doctor Cuenca
precisa que este microorganismo, poco frecuente en regiones áridas como
Egipto, «puede generar infecciones en personas sanas. Digamos que de
cada cien personas que inhalan el “histoplasma”, un cinco por ciento
desarrolla una infección grave que puede poner en peligro su vida; el
otro 95 por ciento presenta una infección muy leve, parecida a un
catarro, aunque puede presentar complicaciones crónicas en el futuro».
Además de estos microscópicos asesinos a sueldo del faraón, los
historiadores también hablan de una misteriosa tablilla a las puertas de
la tumba en la que Tutankamón avisaba a los profanadores de las
consecuencias de su sacrilegio. «Hay una tablilla de arcilla de la que
todo el mundo habla y que aparece mencionada por varios autores»,
reconoce el presidente de los egiptólogos españoles. Sin embargo, dice
que nadie la ha visto, nunca estuvo catalogada y que no existe ningún
documento gráfico que dé fe de su existencia. «La muerte golpeará con
sus alas a aquel que perturbe el descanso del faraón», rezaba la
supuesta tablilla. «Los egipcios –explica Agustí– conocían el arte de
maldecir, la magia simpática. Incluso se sabe que las personajes
influyentes de la época escribían el nombre de sus enemigos en una tabla
de arcilla o sobre fragmentos de piedra caliza para después romperlas y
condenar a la mala suerte a sus adversarios. Pero no empleaban estos
métodos para asegurar las tumbas porque sabían que no servía para nada;
el pueblo pasaba hambre y en cualquier caso los ladrones, a la hora de
decidir si entrar o no en una tumba, temían más a los castigos físicos
de los vigilantes que a una posible maldición procedente del más allá».
Mito o realidad, lo cierto es que la maldición de Tutankamón parece ser
el resultado de varias coincidencias, algunas medias verdades y muchas
grandes mentiras. El eco de la leyenda llega intacto a nuestros días. De
eso se han encargado películas como «La Momia» o «La maldición del Rey
Tut» , en cuyo rodaje se sucedieron acontecimientos inexplicables que
fueron relacionados con el misterio.
También han seguido echando leña al fuego otros sucesos oscuros, como la
muerte accidental de uno de los directores egipcios de antigüedades que
autorizó la salida de los tesoros de «Tut» a una exposición en París o
los seis infartos que sufrió uno de los ingenieros del vuelo que sacó
los efectos reales de El Cairo y osó burlarse de las habladurías sobre
el joven mandatario.
Así fue como el último faraón de la décimosexta dinastía, nacido bajo la
sombra de predecesores de la talla de Ramsés II o de su propio padre,
Akenatón, se convirtió en el rey de Egipto más famoso y temido de todos
los tiempos. La maldición ha supuesto para él una protección envidiable,
que para sí hubieran querido los grandes gobernantes del país del Nilo.
Ni victorias, ni pirámides colosales o decisiones revolucionarias
lograron para sus artífices lo que un mosquito, el azar y una guerra de
titulares consiguieron para Tutankamón: la vida eterna.
Re: Historia de una maldicion
si la que me persigue a mi me parece porque esta claro que parece que a mi me han echado una maldicion
un articulo muy bueno e interesante juca
un articulo muy bueno e interesante juca
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