Alejandro Magno
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Alejandro Magno
Para la historia de la civilización antigua las hazañas
de Alejandro Magno supusieron un torbellino de tales proporciones que
aún hoy se puede hablar sin paliativos de un antes y un después de su
paso por el mundo. Y aunque su legado providencial (la extensión de la
cultura helénica hasta los confines más remotos) se vio favorecido por
todo un abanico de circunstancias favorables que reseñan puntualmente
los historiadores, su biografía es en verdad una auténtica epopeya, la
manifestación en el tiempo de las fantásticas visiones homéricas y el
vivo ejemplo de cómo algunos hombres descuellan sobre sus contemporáneos
para alimentar incesantemente la imaginación de las generaciones
venideras.
Hacia la segunda mitad del siglo IV a.C.,
un pequeño territorio del norte de Grecia, menospreciado por los
altivos atenienses y tachado de bárbaro, inició su fulgurante expansión
bajo la égida de un militar de genio: Filipo II, rey de Macedonia. La
clave de sus éxitos bélicos fue el perfeccionamiento del "orden de
batalla oblicuo", experimentado con anterioridad por Epaminondas.
Consistía en disponer la caballería en el ala atacante, pero sobre todo
en dotar de movilidad, reduciendo el número de filas, a las falanges de
infantería, que hasta entonces sólo podían maniobrar en una dirección.
La célebre falange macedónica estaba formada por hileras de dieciséis hombres en fondo con casco y escudo de hierro, y una lanza llamada sarissa.
de Alejandro Magno supusieron un torbellino de tales proporciones que
aún hoy se puede hablar sin paliativos de un antes y un después de su
paso por el mundo. Y aunque su legado providencial (la extensión de la
cultura helénica hasta los confines más remotos) se vio favorecido por
todo un abanico de circunstancias favorables que reseñan puntualmente
los historiadores, su biografía es en verdad una auténtica epopeya, la
manifestación en el tiempo de las fantásticas visiones homéricas y el
vivo ejemplo de cómo algunos hombres descuellan sobre sus contemporáneos
para alimentar incesantemente la imaginación de las generaciones
venideras.
Hacia la segunda mitad del siglo IV a.C.,
un pequeño territorio del norte de Grecia, menospreciado por los
altivos atenienses y tachado de bárbaro, inició su fulgurante expansión
bajo la égida de un militar de genio: Filipo II, rey de Macedonia. La
clave de sus éxitos bélicos fue el perfeccionamiento del "orden de
batalla oblicuo", experimentado con anterioridad por Epaminondas.
Consistía en disponer la caballería en el ala atacante, pero sobre todo
en dotar de movilidad, reduciendo el número de filas, a las falanges de
infantería, que hasta entonces sólo podían maniobrar en una dirección.
La célebre falange macedónica estaba formada por hileras de dieciséis hombres en fondo con casco y escudo de hierro, y una lanza llamada sarissa.
- Spoiler:
- Alejandro Magno
Alejandro nació en Pela, capital de la antigua
comarca macedónica de Pelagonia, en octubre del 356 a.C. Ese año
proporcionó numerosas felicidades a la ambiciosa comunidad macedonia:
uno de sus más reputados generales, Parmenión, venció a los ilirios; uno
de sus jinetes resultó vencedor en los Juegos celebrados en Olimpia; y
Filipo tuvo a su hijo Alejandro, que en su imponente trayectoria
guerrera jamás conocería la derrota.
Quiere la
leyenda que, el mismo día en que nació Alejandro, un extravagante
pirómano incendiase una de las Siete Maravillas del Mundo, el templo de
Artemisa en Éfeso, aprovechando la ausencia de la diosa, que había
acudido a tutelar el nacimiento del príncipe. Cuando fue detenido,
confesó que lo había hecho para que su nombre pasara a la historia. Las
autoridades lo ejecutaron, ordenaron que desapareciese hasta el más
recóndito testimonio de su paso por el mundo y prohibieron que nadie
pronunciase jamás su nombre. Pero más de dos mil años después todavía se
recuerda la infame tropelía del perturbado Eróstrato, y los sacerdotes
de Éfeso, según la leyenda, vieron en la catástrofe el símbolo
inequívoco de que alguien, en alguna parte del mundo, acababa de nacer
para reinar sobre todo el Oriente. Según otra descripción, la de
Plutarco, su nacimiento ocurrió durante una noche de vientos
huracanados, que los augures interpretaron como el anuncio de Júpiter de
que su existencia sería gloriosa.
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